Para responder a esta cuestión han sido planteada por lo menos dos posibilidades:
1. Que la vida provenga de la nada (o de un germen del afán por vivir) por proceso de agregación y adecuación a las condiciones externas;
2. O que hayamos sido diseñados por los Dioses, en un intento evidentemente fallido de crearnos a su imagen y semejanza pero dotados del atributo de la docilidad y la obediencia..., en lo que, de hecho, fallaron.
De la India proviene una tercera opción (que retoma en su momento Buda), y es la de que el humano se hace a sí mismo, alentado por sus maestros, que son aquellos que han conseguido autosuperarse.
Antes de eso los Sumerios dedujeron que somos como los animales, pero dotados de razón. Definición que muchos milenios después popularizó Aristóteles: "El hombre es un animal racional".
Pero los sumerios fueron aún más lejos, y dijeron que los humanos éramos la resultante de una ligazón genética entre un animalito terrestre que pudiera ser el mono platirrino, catirrino, o el lemur, con la mitad cromosómica de una criatura extraterrestre más evolucionada, proveniente del planeta Nivirú.
Todo esto viene a cuento porque al humano lo dotaron de la posibilidad de producir pensamiento racional, pero, hasta ahí. Dicen que fue para que entendiera las órdenes, nada más. Pero tanto en la Biblia, como en la mitología griega, el humano se reveló (tal como lo sigue haciendo hoy en día) y quiso avanzar en su posibilidad de razonar (no todos, claro).
De ahí provienen esas interminables luchas entre el patrón y el obrero, entre el capital y el trabajo, etc.
Toda la Filosofía Occidental, a partir de los presocráticos, denota el esfuerzo del hombre común por desarrollar y consolidar esta precaria capacidad racional y con ello, ponerse al mando de las cosas, liberándose del yugo de sus mentores, o del yugo de las circunstancias adversas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario